El pasado viernes hubiese cumplido 78 años el hombre que inspiró a varias generaciones de niños y jóvenes para convertirse en los científicos de hoy. Gracias a él muchos soñamos con estar algún día, mediante el conocimiento, más cerca de aquellas lejanas y ya extintas estrellas que observamos en el cielo nocturno. Empezamos a interesarnos por la ciencia y a comprender por qué es la herramienta más preciada y útil que tenemos. Como consecuencia inevitable de esto, comenzamos a darnos cuenta de lo perniciosas que son para la humanidad y su desarrollo todas y cada una de la supersticiones en cualquiera de sus formas y tímidamente algunos empezamos a intuir que las religiones no sólo no son necesarias, sino que no son algo deseable en absoluto. Fue un gran científico y sobre todo un gran divulgador de ciencia ya que tenía una gran capacidad para transmitir su pasión. Sin duda fue uno de los grandes. Estoy hablando de Carl Sagan.
Puedo decir que algo cambió en mi modo de ver el mundo, hace más de 12 años, cuando compré casi por azar y leí su famoso libro titulado El mundo y sus demonios. Recuerdo muy bien como me llamó la atención el inicio del capitulo 10, titulado Un dragón en el garaje. Mediante un sencillo ejemplo hipotético Sagan relataba el modus operandi de cualquier afirmación sobrenatural que no está respaldada con ninguna evidencia y como ésta se escabulle constantemente ante los intentos de comprobación ya que al ser sobrenatural tiene vía libre para escapar de comprobaciones naturales, es decir, todo vale, puedes inventar lo que quieras para "argumentar" la falta de evidencias. Decía asi:
En mi garaje vive un dragón que escupe fuego por la boca.
Supongamos (sigo el método de terapia de grupo del psicólogo Richard Franklin) que yo le hago a usted una aseveración como ésa. A lo mejor le gustaría comprobarlo, verlo usted mismo. A lo largo de los siglos ha habido innumerables historias de dragones, pero ninguna prueba real. ¡Qué oportunidad!
- Enséñemelo – me dice usted.
Yo le llevo a mi garaje. Usted mira y ve una escalera, latas de pintura vacías y un triciclo viejo, pero el dragón no está.
- ¿Dónde está el dragón? – me pregunta.
- Oh, está aquí – contesto yo moviendo la mano vagamente -. Me olvidé decir que es un dragón invisible.
Me propone que cubra de harina el suelo del garaje para que queden marcadas las huellas del dragón.
- Buena idea – replico -, pero este dragón flota en el aire.
Entonces propone usar un sensor infrarrojo para detectar el fuego invisible.
- Buena idea, pero el fuego invisible tampoco da calor.
Se puede pintar con spray el dragón para hacerlo visible.
- Buena idea, sólo que es un dragón incorpóreo y la pintura no se le pegaría.
Y así sucesivamente. Yo contrarresto cualquier prueba física que usted me propone con una explicación especial de por qué no funcionará.
Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre un dragón invisible, incorpóreo y flotante que escupe un fuego que no quema y un dragón inexistente? Si no hay manera de refutar mi opinión, si no hay ningún experimento válido contra ella, ¿qué significa decir que mi dragón existe? Su incapacidad de invalidar mi hipótesis no equivale en absoluta a demostrar que es cierta. Las afirmaciones que no pueden probarse, las aseveraciones inmunes a la refutación son verdaderamente inútiles, por mucho valor que puedan tener para inspirarnos o excitar nuestro sentido de maravilla.
Lo que yo he pedido que haga es acabar aceptando, en ausencia de pruebas, lo que yo digo.
Lo único que ha aprendido usted de mi insistencia en que hay un dragón en mi garaje es que estoy mal de la cabeza. Se preguntará, si no se puede aplicar ninguna prueba física, qué fue lo que me convenció. La posibilidad de que fuera un sueño o alucinación entraría ciertamente en su pensamiento. Pero entonces ¿por qué hablo tan en serio? A lo mejor necesito ayuda. Como mínimo, puede ser que haya infravalorado la falibilidad humana.
Imaginemos que, a pesar de que ninguna de las pruebas ha tenido éxito, usted desea mostrarse escrupulosamente abierto. En consecuencia, no rechaza de inmediato la idea de que haya un dragón que escupe fuego por la boca en mi garaje. Simplemente, la deja en suspenso. La prueba actual está francamente en contra pero, si surge algún nuevo dato, está dispuesto a examinarlo a ver si le convence. Seguramente es poco razonable por mi parte ofenderme porque no me cree; o criticarle por ser un pesado poco imaginativo… simplemente porque usted pronunció el veredicto escocés de “no demostrado”.
Imaginemos que las cosas hubiesen sido de otro modo. El dragón es invisible, de acuerdo, pero aparecen huellas en la harina cuando usted mira. Su detector de infrarrojos registra algo. La pintura de spray revela una cresta dentada en el aire delante de usted. Por muy escéptico que se pueda ser en cuanto a la existencia de dragones – por no hablar de seres invisibles – ahora debe reconocer que aquí hay algo y que, en principio, es coherente con la idea de un dragón invisible que escupe fuego por la boca.
Ahora otro guión: imaginemos que no se trata sólo de mí. Imaginemos que varias personas que usted conoce, incluyendo algunos que está seguro que no se conocen entre ellas, le dicen que tienen dragones en sus garajes… pero en todos los casos la prueba es enloquecedoramente elusiva. Todos admitimos que nos perturba ser presas de una convicción tan extraña y tan poco sustentada por una prueba física. Ninguno de nosotros es un lunático. Especulamos con lo que significaría que hubiera realmente dragones escondidos en los garajes de todo el mundo y que los humanos acabáramos de enterarnos. Yo preferiría que no fuera verdad, francamente. Pero quizás todos aquellos mitos europeos y chinos antiguos sobre dragones no eran solamente mitos…
Es gratificante que ahora se informe de algunas huellas de las medidas del dragón en la harina. Pero nunca aparecen cuando hay un escéptico presente. Se plantea una explicación alternativa: tras un examen atento, parece claro que las huellas podían ser falsificadas. Otro entusiasta del dragón presenta una quemadura en el dedo y la atribuye a una extraña manifestación física del aliento de fuego del dragón. Pero también aquí hay otras posibilidades. Es evidente que hay otras maneras de quemarse los dedos además de recibir el aliento de dragones invisibles. Estas “pruebas”, por muy importante que las consideren los defensores del dragón, son muy poco convincentes. Una vez más, el único enfoque sensato es rechazar provisionalmente la hipótesis del dragón y permanecer abierto a otros datos físicos futuros, y preguntarse cuál puede ser la causa de que tantas personas aparentemente sanas y sobrias compartan la misma extraña ilusión
Mi ejemplar de El mundo y sus demonios |
En otra entrada hablaré de aquellos que dicen: "demuéstrame tú que dios no existe" o "si no puedes demostrar que dios no existe entonces estás empatado con los que no pueden demostrar que sí existe", que al parecer no saben que la carga de la prueba recae en quien afirma algo extraordinario y no en quien lo niega. La no-existencia por lógica no se puede demostrar. No podemos demostrar que no existen los pitufos (a lo mejor existen y simplemente nunca hemos podido verlos) y no por ello pensamos que existan..., de ser así cualquier cosa que pueda concebir nuestra imaginación sería candidata a existir. Resumiendo: afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, que es el 78º aniversario del nacimiento de Carl Sagan, no puedo dejar de mencionar que fue un gran astrofísico y divulgador científico al que conoció el gran público por la genial serie documental Cosmos (ganador de 3 premios Emmy) y que fue autor de numerosos libros incluido uno de ficción llamado Contact que sería llevado a la gran pantalla (y desde aquí recomiendo tanto el libro como la película). También lideró el proyecto SETI para la búsqueda de vida inteligente extraterrestre y participó en varios proyectos de la NASA para enviar sondas espaciales a diferentes planetas. A propósito de esto último os dejo al final un vídeo con las sabias palabras de Carl Sagan inspiradas por la imagen de la Tierra que captó la sonda Voyager 2. Esta sonda es el objeto construido por el Hombre que más alejado está del planeta Tierra. En 1990 se encontraba saliendo del sistema solar y actualmente, en 2012, se encuentra a unas 100 unidades astronómicas (aproximadamente 14 horas-luz) de distancia. Se espera que siga transmitiendo datos hasta 2030 aunque seguirá alejándose indefinidamente. Carl Sagan, a modo de mensaje en una botella, insistió en montar a bordo un disco de oro con sonidos de la Tierra, fotos, y diagramas universalmente entendibles por cualquier inteligencia, con información sobre su procedencia y sobre los seres humanos. También incluyó las ondas cerebrales de una mujer que luego se convertiría en su esposa.
Disco de oro Voyager 2 |
Diagrama Voyager 3 |
Carl Sagan murió en la madrugada del 20 de diciembre de 1996 tras diagnosticársele una enfermedad llamada mielodisplasia. Fue sometido en tres ocasiones a trasplante de médula ósea y quimioterapia, la ultima de ellas en 1995. Murió a los 62 años, en Seattle, a causa de una Neumonía.
Aunque Carl Sagan dejó de existir aquel 20 de diciembre, una parte de él vive en sus ideas, trabajos y aportaciones que nos dejó y en aquellas personas a las que influenció. Ésta es la verdadera y (según la evidencia que tenemos) única inmortalidad que existe. Murió siendo consciente de que un día todos los átomos que formaron su cuerpo, serán parte de alguna estrella como las que él mismo miraba con tanta fascinación.
Un punto azul pálido:
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